La montaña suele ser cruel muchas veces. Algunas veces no da ninguna oportunidad para volver a verlas de nuevo. Y no hace falta ser ni alpinista ni estar a más de 8000 metros para ello. Buena cuenta de ello puede dar nuestro friend, el urnietarra Jokin Lizeaga.

La que debía ser una carrera exigente y dura, a punto estuvo de convertirse en una tragedia. No era una carrera cualquiera para Lizeaga. Después de recibir una invitación del organizador de la carrera Rubén Carvajal en 2014 para participar por primera vez en ella, allí se presentó el corredor de la euskal selekzioa. No solo fue presentarse, si no que fue llegar y vencer. Y tampoco solo fue vencer. En cuatro días de estancia en el pequeño y bonito pueblo de Arenas de Cabrales (Asturias, España) se ganó el cariño de todo un pueblo, que desde entonces adora al corredor de Urnieta. Pero tuvo que ser en esta carrera y cuatro años después, donde casi se deja la vida.

No olvidará en un tiempo su paso por el kilómetro 24 de carrera, donde el infortunio se cebó de mala manera con él. Una sima tapada con nieve, fue la causante de una caída al vacío de unos 20 metros. Seis o siete segundos de una vida pueden llegar a ser interminables cuando parece que el final nunca llegará. Pero Lizeaga es de una pasta especial. Un rara avis de las carreras de montaña, y de la vida en general. Un portento físico con una cabeza más que amueblada en este mundo donde reina más lo que se cuenta que lo que se hace de verdad. Es lo que le ha salvado la vida, en un sitio, en el que se siente más seguro que otro cualquiera. Tiene el hombro destrozado, los tobillos también, alguna costilla fracturada, pero todavía tiene el corazón intacto. Volverá, seguro. No sabemos cuándo, pero volverá. Volverá a agitar sus brazos en cualquier subida de cualquier carrera, y nosotros volveremos a disfrutar de sus hazañas. Tiempo al tiempo.