Empiezas a correr temprano. El día se presenta bueno, no hay nubes a la vista, solo jirones de bruma pegados a la tierra aquí y allá; y sobre la hierba, una capa de rocío, porque la noche ha sido fría. Vas bien equipado, zapatillas impermeables, unos buenos calcetines técnicos, algo de agua, un par de barritas… Pero, ¡un momento! ¿Qué está ocurriendo? ¡Se te están mojando los pies y ni siquiera has empezado a sudar! No puede ser, la etiquetita que hay en tus zapatillas lo indica claramente: ¡son impermeables! ¿Entonces? ¿Será que te han engañado?

Probablemente no. Lo que ocurre es que has encontrado un punto débil en tu membrana impermeable.

Si la cosa fuera tan sencilla como impedir que entrara el agua, bastaría con que nuestras prendas llevaran una capa de goma o de plástico. De hecho, hay prendas diseñadas para situaciones en las que la persona va a estar sometida a las inclemencias del tiempo sin llevar a cabo una actividad intensa, que las llevan. Pero una membrana impermeable es otra cosa. Una membrana impermeable es una maravilla de la ingeniería; un tejido perforado que permite el paso del agua en un sentido y lo impide en el contrario. A la primera propiedad la llamamos transpirabilidad; a la segunda, impermeabilidad, y son dos conceptos en los que merece la pena detenerse.

Impermeabilidad y transpirabilidad

Normalmente consideramos que un tejido es impermeable cuando no deja pasar el agua. Es una definición útil, aunque si nos atenemos estrictamente a ella, comprobaremos que no existen los tejidos impermeables. Siendo rigurosos, ni siquiera los plásticos son impermeables. Por lo tanto, deberíamos hablar de niveles de impermeabilidad. Eso es precisamente lo que hace la industria, que ha establecido un método estándar, la columna de agua, para determinar las propiedades de impermeabilidad de los tejidos. Los resultados se expresan en milímetros, que indican la altura de la columna cuando el tejido finalmente “cede” y deja pasar el agua, de manera que, a más milímetros, más impermeable es el tejido.

La transpirabilidad vendría a ser lo contrario a la impermeabilidad; es decir, la capacidad del tejido para dejar pasar la humedad. Para medirla también existe un método estándar que lleva el curioso nombre de test del plato caliente sudoroso. El índice resultante se conoce como RET (Resistencia a la Evaporación del Textil) e indica mayor transpirabilidad cuanto mayor sea la cifra. Aquí también, de manera parecida a cuando la impermeabilidad “cede”, decimos que el tejido se ha saturado cuando no es capaz de evacuar toda la transpiración.

Impermeabilidad y transpirabilidad son dos conceptos tan íntimamente relacionados que, si aumentamos la primera, se resiente la segunda, y viceversa. Y es que una membrana impermeable busca un imposible; busca una cosa y su contraria. Entonces ¿por qué funciona?

Cuestión de tamaño

El truco está en el estado en el que el agua llega hasta la membrana. Cuando está en estado líquido, que es como suele llegar desde el exterior, el agua tiene una tensión superficial muy alta, lo que hace que las moléculas tiendan a agruparse formando gotas de cierto tamaño. El hecho de que las membranas impermeables tengan, por su parte, una tensión superficial muy baja, favorece ese fenómeno. Las gotas de agua se quedan, pues, sobre la membrana, porque son demasiado grandes para atravesar los millones de microporos que esta tiene.

Del lado contrario, en cambio, nuestro sudor llega hasta la membrana en estado gaseoso, porque el mecanismo de la evaporación es, precisamente, ese “ladrón de calor” que permite que nuestro cuerpo se enfríe cuando la actividad lo está sobrecalentando. Todos hemos visto alguna vez como nuestra piel “echa humo” cuando hacemos deporte en un día frío. Pues bien, resulta que las moléculas de agua que componen ese “humo” no tienden a agruparse y, por lo tanto, mantienen un tamaño minúsculo, del orden de varios cientos de veces menor que el tamaño de los orificios de la membrana. Es por eso que pueden atravesarla sin problemas.

Hidrófugo, hidrófilo e hidrófobo

En la práctica, sin embargo, las membranas impermeables nunca están en contacto con nuestra piel y, por lo tanto, no son las primeras en recibir, ni el agua de lluvia, ni el vapor de la transpiración. En consecuencia, su funcionamiento real es algo más complejo. Para entenderlo plenamente es necesario comprender los conceptos de hidrófugo, hidrófilo e hidrófobo.

El primer concepto hace referencia a la repelencia del agua y suele confundirse con la impermeabilidad. En realidad, el hidrofugado es un tratamiento que se aplica sobre ciertos tejidos y que consigue que la humedad se concentre en gotas y resbale por su superficie. Como este tratamiento puede aplicarse sobre tejidos resistentes, se suele usar en las capas exteriores, que son la primera barrera contra la lluvia y, a la vez, sirven de protección para la mucho más delicada membrana impermeable que va debajo.

Por el lado contrario, entre nuestro cuerpo y la membrana impermeable, se utiliza una combinación de tejidos hidrófilos (que absorben el agua) e hidrófobos (que la repelen) para obligar a la humedad de nuestra transpiración a continuar su camino hacia el exterior. Este es un principio muy a tener en cuenta cuando nos vestimos para practicar deportes de montaña. Si, por ejemplo, vestimos una camiseta o unos calcetines de algodón sobre nuestra piel, dará igual lo buena que sea la membrana impermeable que lleve nuestro calzado, porque el algodón absorberá toda la humedad de nuestra transpiración y la retendrá lejos de la membrana impermeable (y cerca de nuestra piel). De ahí la importancia de vestir siempre prendas técnicas, incluidos los calcetines.

Este principio de alternancia de capas hidrófilas e hidrófobas, de hecho, está incorporado en las modernas membranas impermeables, que constan de varias láminas para llevarlo a cabo y, por lo tanto, no son reversibles.

Entonces ¿por qué han calado mis zapatillas impermeables?

Volviendo al inicio de nuestra historia, el mundo real ofrece una variedad de situaciones mucho mayor que las que un laboratorio puede recrear. Es cierto que, en la mayoría de las ocasiones, el agua alcanzará la membrana en estado líquido, si llega del exterior, y en estado gaseoso, si llega del interior, pero no siempre.

Un campo cubierto de rocío que recibe los primeros rayos de sol de la mañana, por ejemplo, representa todo un reto para las membranas impermeables. Y es que la clásica bruma o neblina que se forma por la evaporación del rocío está formada por gotículas de un tamaño mínimo, de entre 1 y 40 micrómetros; es decir, un tamaño muy capaz de atravesar una membrana impermeable sin problemas. Es cierto que, con los tejidos más modernos, estas ocasiones son muy raras, porque, como hemos dicho, el sistema también funciona por alternancia de capas hidrófilas e hidrófobas, pero puede ocurrir.