En un mundo en el que cada vez lo hacemos todo más y más rápido —incluidas las actividades de montaña— Juanjo Garbizu sorprendió hace casi de diez años con una propuesta a contracorriente: el Slow Mountain. Este concepto era en realidad la continuación de una filosofía que había creado años antes y publicado en un libro previo: la "Monterapia". Según esta idea, acudir a la naturaleza en general y a la montaña en particular nos ayuda a sobrellevar los efectos de una vida que transcurre demasiado deprisa; nos ofrece tiempo para pensar sobre ella, tiempo que su propio ajetreo nos niega… en definitiva, más que ver la montaña como un escape, el Slow Mountain nos la dibuja como un equilibrio muy necesario.

Hoy hablamos con Juanjo Garbizu sobre sus ideas y sobre su vigencia más de una década después de haber sido publicadas. 

Antes de nada, déjame empezar con una pregunta que se está convirtiendo en un clásico de este blog. Hay quien tuvo con la montaña un flechazo y hay quien se enamoró de ella poco a poco. ¿Cómo te cautivó a ti?

Paradójicamente, de chaval siempre había odiado las excursiones a la montaña que organizaban en mi colegio. Y no fue hasta finales de los 70 que unos compañeros de clase, muy aficionados a la montaña, me propusieron que un día les acompañase. El objetivo era el Txindoki, también conocido como el pequeño Cervino de Aralar. Lo cierto es que me costó mucho esfuerzo ascenderlo, pero algo debió de pasar en mi interior porque a los pocos meses les acompañé a subir Monte Perdido, en el Pirineo. En aquella época ascender este magnífico tresmil tenía algo de aventura.

Con los años, además del Pirineo, me acerqué a otras montañas en los Alpes, África, Andes e Himalaya. Cada valle, cada bosque, cada cumbre, cada paisaje, fueron alimentando mi pasión por la montaña, hasta hacerse tan necesaria como el respirar.

Tu primera incursión en la literatura de montaña fue con “Monterapia” (Ed. diëresis. 2012). Es un ensayo en el que defiendes que las montañas son una solución para muchos males cotidianos. Haznos spoiler: ¿por qué crees que esto es así?

Indudablemente, el montañismo goza de los beneficios de cualquier deporte. Pero en mi primer libro, quise incidir en la terapia que supone la montaña, que actúa como un bálsamo para la mente.

Porque caminar por la naturaleza, por la montaña, te ayuda de una forma sencilla, asequible y eficaz a tomar cierta distancia con los problemas más cotidianos.  Mientras vas tomando altura, tus problemas se van quedando en el fondo del valle, cada vez más pequeños, llegando a relativizarse de forma importante y desde esa perspectiva somos más capaces de resolverlos ya que activamos el hemisferio derecho de nuestro cerebro, que potencia la intuición y la creatividad, tan necesarias en nuestras vidas.

Incluso está científicamente demostrado que paseando por un hayedo se reduce el cortisol, que es la hormona previa a la depresión. Por eso en países como Japón y Escocia, la sanidad pública receta Baños de Bosque a aquellas personas que sufren depresiones.

¿Cómo surgió la idea de poner esta idea en un libro?

Como no podía ser de otra manera me surgió ascendiendo a una montaña, lo cual viene a corroborar el subtítulo del mismo: cuesta arriba se piensa mejor.

El día anterior había asistido a una conferencia impartida por Lotfi El-Ghandouri sobre creatividad y motivación, y mientras caminaba iba recordando momentos de la charla. De repente sentí la inspiración de que la montaña tiene muchas cosas en común con la vida cotidiana y conforme me acercaba a la cima iban surgiendo diferentes temas que configurarían posteriormente los capítulos de mi libro.

Sin intentar adoctrinar a nadie mi intención era poder aconsejar a todas aquellas personas que se sienten atraídas por la naturaleza, pero que por el motivo que fuera no se habían iniciado en el mundo de la montaña, a que comenzaran a caminar por ella. Pero no desde un punto de vista técnico, como si fuese un manual o una guía, sino a través de la emoción, de las sensaciones y de una forma tranquila, relajada, sin miedo.

También comentabas en “Monterapia” que la montaña era una estupenda escuela para los más pequeños; una escuela de valores, más que deportiva. ¿Cómo crees que marca a los más jóvenes el hecho de tener contacto con las montañas?

Vivimos en una sociedad cada vez más competitiva, más interactiva, más rápida y todo ello afecta a los más pequeños, provocándoles estados de ansiedad desde muy jóvenes. Los niños hoy en día se comunican a través del móvil, lo que les provoca auténticos problemas en la relaciones sociales, perdiendo la capacidad de conversar frente a frente, mirándose a los ojos, interpretando el lenguaje no verbal.

El contacto con la naturaleza, sin dispositivos electrónicos, es el escenario perfecto para el desarrollo de los más pequeños, pues los ayuda a ser adultos saludables, creativos, comunicativos, con valores y conscientes del bienestar de nuestro planeta. En jóvenes problemáticos, el contacto con la montaña puede reducir su estrés y agresividad, fortaleciendo, importantes valores sociales, como la cooperación y la responsabilidad.

Recomiendo que en edades muy tempranas se acompañen a los niños para que asciendan por su propio pie a modestas cimas, transformando la excursión en una especie de yincana al aire libre donde las pistas del juego sean las propias balizas o los cairns (montón de piedras que señalan el camino). A modo de juego, además de entretenerles, se potencia poco a poco en ellos su sentido de la orientación. Una capacidad que el día de mañana les será de gran utilidad, no solo para guiarse por la naturaleza o en una ciudad desconocida, sino también poder orientarse mejor en sus vidas, cada vez más complejas y llenas de vericuetos.

Aquella primera obra vio la luz allá por 2012. Eran tiempos difíciles. Ha llovido mucho desde entonces y, aunque los de hoy tampoco son fáciles, los problemas son otros. ¿Crees que la validez de “Monterapia” sigue intacta o te gustaría puntualizar algo, si lo retomaras hoy?

Una de las cosas que más me sorprende de “Monterapia” es que, pese a tener ya 13 años de vida, todavía se sigue vendiendo. Y todavía me llegan comentarios de lectores en los que me doy cuenta de su validez.

Yo creo que es un libro atemporal, pues los problemas que toca siempre están de actualidad. Lógicamente cuando lo escribí y hablaba sobre las redes sociales, todavía no se conocía ni WhatsApp ni TikTok, pero el escenario que planteaba sigue igual de vigente.

Cuando cumplió su 10ª edición, la editorial se planteó actualizarlo de alguna manera, pero finalmente solo retocamos unas pocas líneas.

Tu siguiente obra era igualmente original para los tiempos que corren. En “Slow Mountain” (Ed. Diëresis) defendías la idea de acercarse a la montaña dejando a un lado marcas, cronómetros y logros deportivos. O sea, algo diametralmente opuesto a lo que es cada vez más habitual hoy en día. ¿Crees que se está perdiendo algo con tanto ir corriendo a todas partes o hay sitio para todos?

Efectivamente, “Slow Mountain” es un libro diametralmente opuesto a lo que es cada vez más habitual hoy en día en el mundo de la montaña. Tal vez por eso se dijo que era un libro reaccionario, adjetivo que sinceramente me encantó.

Lo primero que quiero decir, es que yo respeto cualquier manera de disfrutar de la montaña, mientras se la respete. Llevando más de 45 años practicando el montañismo, he sido testigo de cómo las prisas y la competitividad que se daban en la sociedad actual se han ido trasladando, poco a poco, al mundo de la montaña.

Con este libro me propuse romper una lanza a favor de esa montaña relajada, sensorial, introspectiva y placentera. Y cuál fue mi sorpresa al darme cuenta de que miles de montañeros pensaban y sentían lo mismo que yo.

Me llamó mucho la atención un artículo que leí hace cinco años sobre una corredora de montaña y en él, entre otras cosas, contaba que había quedado con una amiga para ir al Aizkorri, pero no a correr, sino a disfrutarlo de verdad, a andar, a sacar fotos… en definitiva, hacer todo lo que de normal un corredor de Trail no hace cuando va a entrenar. Curioso, ¿no?

No me molesta en absoluto ver a alguien corriendo por la montaña, faltaría más. Otra cosa es planificar una ruta por una zona en concreto y al llegar darte cuenta de que hay organizado un Trail y tú entonces no puedes caminar tranquilamente por ella.

Podría decirse que después de la pandemia los principios de “Monterapia” y “Slow Mountain”quedaron confirmados. La gente acudió a la montaña en masa en cuanto fue posible hacerlo. Gente que nunca había manifestado interés por ese tipo de actividad probó y muchos se han enganchado. ¿La masificación es un problema para este acercamiento terapéutico que propones?

Efectivamente, una de las consecuencias de la pandemia es que la naturaleza en general y la montaña en particular se convirtieron en el escenario idóneo para poder caminar sin mascarilla y sin restricciones. Un porcentaje, que no sabría cuantificar, después de que se levantaran la restricciones siguió acudiendo a la montaña y eso se nota.

La masificación en ciertas montañas se ha convertido en un problema, pero afortunadamente siguen existiendo valles y cumbres solitarios. La gente acostumbra a subir las cimas más famosas de cada zona, auténticos imanes que atraen a las multitudes. El valle de Ordesa es un ejemplo claro, que ha tenido que limitar la entrada a 1.800 personas por día.

Lo que es indiscutible es que cualquier persona tiene derecho a disfrutar de un entorno natural, lo que implica que ciertos espacios acaben siendo protegidos.

La monterapia busca a menudo la soledad y la introspección, y en espacios masificados es difícil hallarla. Pero insisto, existen lugares donde es fácil encontrarla. Montañas que están al alcance de cualquiera, en lugares accesibles y amables.

En “Slow Mountain” hablas de un concepto llamado fluviofelicidad, que su creador define (en este caso es un préstamo) como la felicidad de disfrutar de una masa de agua desde una piragua. ¿Son la monterapia y la fluviofelicidad dos manifestaciones de la misma atracción por la naturaleza?

Sin duda alguna. Al igual que el shinrin yoku* que me tiene fascinado. Según los investigadores nipones, los baños de bosque proporcionan efectos muy beneficiosos para la salud. Por un lado disminuye la presión arterial mientras aumenta la actividad de los Natural Killers (NK: linfocitos que sirven de defensa contra los tumores), por lo que esta práctica natural puede ser beneficiosa para prevenir y detener la progresión del cáncer. Por ello los médicos japoneses proponen practicar el Shinrin Yoku a los pacientes afectados por esta enfermedad.

Otro de los importantes beneficios que se producen es a nivel neuronal, ya que se reduce la actividad del lóbulo cerebral prefrontal, logrando descargar la parte más “racional” de nuestro cerebro y potenciando la parte más emocional del mismo, pudiendo disfrutar de las cosas más sencillas y aparentemente simples que la naturaleza nos brinda.

Y es que la naturaleza, además de seducirnos, tiene la capacidad de sanarnos.

¿Crees que esa atracción es universal? Es decir, ¿funciona para todo el mundo?

Desgraciadamente, no. Hay personas a las que la naturaleza no les dice nada. De lo contrario, ¿cómo puede haber alguien capaz de destrozar un entorno tan único y bello como la Canal Royal -un valle salvaje del Pirineo oscense- y llenarlo de pilonas y telecabinas en aras de prolongar una estación de esquí, ya de por sí grande?

Espero que no lleven a cabo esta abominación y se pueda seguir preservando esta pequeña joya para disfrute de futuras generaciones.

Todos tenemos nuestras preferencias. ¿Cuál es tu lugar de monterapia favorito?

Tengo muchos lugares, básicamente situados en la Sierra de Aralar. Pero si tengo que escoger uno sería el Irubelakaskoa, mi montaña mágica. Situada en la frontera entre Iparralde y Navarra no llega a los mil metros de altura, pero no por ello deja de ser una cima tan fascinante como exigente. Ascender este monte en primavera, en un día soleado, es una cosa y otra muy distinta hacerlo en invierno, sobre todo si está completamente nevado y las nubes lo tapan. Y es muy diferente subirlo por su ruta normal,  desde la Venta de Summus, que por el circo de Asfodelos. Es curioso cómo la misma montaña cambia tanto depende de por dónde la asciendas.

Has publicado también una guía de excursiones por el macizo de Aralar y, más recientemente, Aire (Ed. Diëresis), un cómic en el que colaboras con Cesar Llaguno. ¿Cómo surge esta idea?

Es muy curioso cómo surgió la idea. Un día vi en el escaparate de una librería un póster de gran tamaño con la portada del cómic “Everest”. En ese momento me surgió la idea de poder hacer una historia gráfica inspirada en mis libros “Monterapia” y “Slow Mountain”. Me metí en Internet para descubrir quién era el ilustrador de la portada que me había llamado la atención; César Llaguno. Increíblemente, dos días después recibí en Facebook una petición de amistad del propio César. En ese momento pensé que el Universo me estaba hablando (risas) y escribí un esquema del proyecto que tenía en mente y se lo envié a César preguntándole si se embarcaba en él. Y afortunadamente, aceptó.

*Efectos de los bosques y los baños de bosque (shinrin-yoku) en la salud humana: una revisión de la literatura / Quing Li