Un relato desde casa de la mano de Iker Madoz sobre su última experiencia en Vía Júlia (Ripera).

Coronavirus, covid-19, mascarillas, alcohol, guantes, casa, confinamiento, trabajo, no trabajo, hospitales, economía, etc. son palabras que no dejan de resonar en nuestras cabezas a lo largo de los últimos días. Encerrados en casa nos deleitamos con salir de ella a tirar la basura, a hacer la compra y a pasear al perro, si es que tienes. Cada persona se adapta a su situación. Quién lo habría podido pensar hace dos meses que, ahora, estaríamos así.

Y, de haberlo hecho, ¿habríais cambiado vuestros planes? ¿Habríais aprovechado más el tiempo? ¿Qué habríais hecho?

Yo creo que no. Lo único que echo en falta es tener una multi presa en casa para poder hacer suspensiones. Por lo demás, todo bien, enero fue muy frenético como para desear más. Estaba satisfecho y con las aventuras vividas a flor de piel. Me había quedado tranquilo, a base de metros y metros de mixto y hielo. Así, con los pies en el frío suelo de casa y el culo moldeado por las rugosidades del sofá, nos vamos a comienzos de año, a vivir una sucesión de días que revientan hasta al más entrenado; no, en cambio, al motivado.

De vuelta a Pirineos

Empezábamos el año en el Pirineo haciendo un poco de multi actividad (unos días de esquí de montaña, escalada en roca y corredores) con una muy maja cuadrilla de Oiartzun a los que, por cierto, ¡todavía les debo unos chuletones!

Improvisando cada día, se me cruzan los cables y acepto el plan de Dani Ascaso y Santi Padrós; dos bellas personas y grandes artistas del mixto y el hielo. Estábamos a 3 de enero y el 7 a primera hora volábamos Dani y yo desde Barcelona a Venecia, donde nos recogería Santi con un ajustado calendario. Lo más sensato habría sido irse a casa a pasar el fin de semana tranquilo para coger fuerzas para el viaje; pero no. Volví a casa, sí, pero únicamente para coger algo de material y volver a Panticosa, donde habíamos quedado Mikel Zabalza, Alberto Fernández y yo para concluir con una apertura en el Ripera, con vivac.

ripera

Esta montaña os puede sonar, dado que meses atrás relaté la apertura de la vía “Edertasunaren bilaketa”, junto a Alberto y Ander Zabalza. En ella pudimos encontrar aquella aventura que tanto ansiábamos. Esta vez, de vuelta al mismo lugar, zona Ripera, solos, buscábamos terminar otro recorrido imaginario que surcaba las rampas y diedros del margen izquierdo de la pared. Se trataba de un proyecto comenzado hace años por Mikel y Kepa Escribano. Pero que, debido a la necesidad de condiciones concretas, no pudieron terminar.

Vía Júlia en Ripera

Así, el día 5 a primera hora estábamos bajo la pared, con las mochilas repletas y las energías al 200x100. No sabíamos si seríamos capaces de subir por donde habíamos imaginado sobre el papel, ya que se trataba de un itinerario, a veces, poco definido que necesitaba de nieve dura y placages de hielo por los que poder escalar. A todo esto, por si no era suficiente, le sumaba la incertidumbre de si llegaría a coger el vuelo del día 7; si se nos complicaba en el Ripera, me quedaba en tierra… ¡que emoción!

Empezamos a escalar y los largos se suceden rápidos, uno tras otro, con unas condiciones de la nieve mejor de lo esperado. En los largos duros sacamos el cordino e izamos un pequeño petate para que el primero de cordada escale sin mochila. Los segundos, en cambio, llevan otras dos mochilas bastante livianas. De esta manera, cambiando cada dos largos el cabo caliente, llegamos a uno de los puntos críticos de la ruta. Anteriormente no habíamos alcanzado esta altura y no sabíamos qué nos íbamos a encontrar, pero sobre la foto habíamos observado la falta de fisuras, lo que dificulta la protección y, a su vez, la escalada.

Le toca a Alberto, gran amante de la roca cutre y largos comprometidos, y asciende la primera parte sin grandes problemas. Hasta que llega a la zona más tiesa. Se protege en una fisura que muere enseguida para dar paso a un placage de hielo (se trata de una capa de hielo que se forma sobre la roca, de condiciones variables según el momento, lugar y meteorología) que desciende del gran nevero situado a unos metros sobre su cabeza. La chapa de hielo estaba despegada y los primeros metros era fina, es decir, era una basura. Alberto ya había dejado las protecciones buenas bajo los pies y había conseguido meter un clavo de dudosa consistencia. Si se caía, tenía un buen vuelo sobre un terreno poco adecuado para ello; había repisas y zonas tumbadas más abajo. El miedo se transmite por la cuerda y, tanto Mikel como yo, estamos temblando por él. Así, sometido a una tensión considerable, Alberto va ganando altura, centímetro a centímetro, hasta clavar el piolet en una zona de hielo más grueso y fiable. Ya a salvo, coge aire, le echamos unos buenos gritos de alegría y sigue hasta montar una buena reunión unos metros más arriba, en lo que acabaría siendo nuestro dormitorio.

Mikel y yo sudamos de segundo para pasar por donde había pasado nuestro compañero unos minutos antes y es que, como de costumbre, era más complicado de lo que parecía desde abajo.

Al llegar al vivac decidimos aprovechar el rato de luz que nos quedaba, comenzando el siguiente largo. En el punto más alto al que lleguemos dejaremos las cuerdas fijas para bajar por ellas al vivac y, a la mañana siguiente, ascender. De esta manera cuesta menos empezar a escalar en las mañanas frías de enero.

ripera

Me toca a mí. Desde el gran nevero miramos hacia arriba para buscar el paso a la sucesión de diedros que tenemos sobre nuestras cabezas y nos decantamos por un camino aparentemente sencillo. Era el segundo punto crítico del recorrido, una zona poco evidente en la que había que escalar sobre roca cutre. Empiezo y ya miro hacia abajo para la posible caída, ya que a veces ponía la punta de mis crampones sobre pequeños salientes rocosos que no me daban la suficiente confianza como para sentirme seguro. Al menos podía protegerme bien. Hasta llegar a 4 metros de distancia de lo que parecía ser un buen lugar para montar la reunión y proseguir por un terreno más evidente.
La luz del sol empezaba a desvanecerse y, tras unos minutos, decido bajarme de ahí y proseguir al día siguiente. Me bajo y nos vamos a montar nuestro nidito de amor, ya bajo la luz de las frontales. Hay bastante nieve y podemos hacer una repisa decente para los tres. La noche en estos meses de invierno se hace larga, pero al no ser fría conseguimos dormir plácidamente.

A la mañana siguiente arrancamos con energía allí en Ripera. Empaquetamos las cosas en el petate y las dos mochilas, metiendo lo que no nos iba a ser necesario para ascender y bajar en el petate. Y, entonces, con un punto de duda y nerviosismo, tiramos el petate al vacío. No conseguimos ver dónde cae ni si se ha reventado con el impacto del aterrizaje. Pero lo bueno es que nos hemos desecho de unos kilos, sin los cuales iremos más ágiles. Ya, una vez estemos en la base, buscaremos el proyectil.

Después del lanzamiento vuelve mi turno y tras un buen rato de dudas e intentos, consigo pasar y llegar a una zona donde monto reunión. Suben Alberto y Mikel, contentos de haber pasado el segundo punto crucial y, con las miradas puestas en el final de los diedros, Mikel coge la batuta y tira hacia arriba. Se suceden 2 largos de gran calidad, de buena roca y buenas condiciones de hielo en un ambiente excepcional. Teníamos la pared bajo nuestros pies e impresionaba. Así, unas horas después, estábamos tomando el sol en la cima del Ripera, satisfechos. Era medio día y todo apuntaba a que conseguiría coger el vuelo al día siguiente.

Al haber ascendido al mismo punto un año antes, Alberto y yo nos conocíamos la bajada y en pocas horas estábamos en Panticosa. Era la tarde del 6 de enero y estaba todo cerrado, no encontrábamos bares abiertos para echar una cerveza y un miserable bocadillo. Al final, en Escarrilla, nos dan las sobras de la barra y empezamos a darles nombre a los largos (metros, dificultad y recorrido). Al poco rato nos despedimos, Alberto y Mikel se volvían a Iruña y yo me bajaba a Huesca a casa de Dani. A las 7 de la mañana del día siguiente salía nuestro vuelo desde Barcelona.

De repente vuelvo a la realidad tras nuestro paso por Ripera. El móvil ha sonado para darme una noticia triste. Así, salgo de mi letargo y me veo delante del ordenador. Seguimos en cuarentena, en casa, pasando las horas como podemos. Había conseguido perderme en los recuerdos.

Lee una noticia relacionada aquí.

ripera