Surcando Groenlandia en trineo de viento
Hace aproximadamente un año y medio Juan Manuel Sotillos participó en la Expedición SOS ARCTIC, liderada por Ramón Larramendi, al casquete polar que recubre la mayor parte de la isla de Groenlandia. La idea era recoger muestras de aire y hielo para estudios científicos sobre el cambio climático y sus consecuencias. El reto era hacerlo a bordo de un peculiar vehículo: el trineo de viento inventado por el líder de la expedición, Ramón Larramendi. Hoy, desde la comodidad y el confort de un hogar alejado de los hielos, Juan Manuel nos cuenta cómo fue esta aventura de dos meses sobre los hielos de Groenlandia.
Una expedición a lomos del viento
Hace ya más de año y medio que salí de Donostia rumbo a Groenlandia; fue el 25 de abril de 2022, y no regresaría a casa hasta finales de junio de ese mismo año, tras un periplo de dos meses en el Ártico como componente de la Expedición SOS ARCTIC, que, a bordo de un inmenso trineo de viento, tenía como objetivo la obtención de muestras de hielo y aire que ayudasen a los investigadores a comprender la evolución del cambio climático.
El equipo lo componíamos: Ramón Larramendi, explorador, líder de la expedición y cerebro detrás de la creación del trineo de viento; Lucía Hortal, química de profesión y a cargo de la faceta científica de la expedición; Begoña Hernández, licenciada en Medio Ambiente; los alpinistas Carlos Pitarch y Marcus Tobía; y yo mismo. Los seis partimos cargados de ilusión con la idea de cruzar Groenlandia sobre aquel vehículo de cero emisiones en proceso constante de innovación y mejora.
La idea era hacer una travesía jamás realizada de Oeste a Este, regresando al punto de partida trazando un recorrido circular con un total aproximado de unos 1.500 kilómetros. Esperábamos completarlo en unos 30 días sobre el hielo, con vuelta a casa para ‘sanjuanes’. Iba a ser la primera expedición polar alineada con los Objetivos de Desarrollo Sostenible marcados por la Agenda 2030 de la ONU. Yo llevaba en mente una frase de Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas: «Somos la primera generación que entiende el cambio climático y la última que puede hacer algo al respecto».
El comienzo, sin embargo, no fue sencillo. Resultó que la ventana de buen tiempo para que tanto el equipo como las provisiones fuesen trasladados en helicóptero desde Nasarsuaq hasta el punto de partida de la expedición, en el hielo groenlandés, solo dio para un vuelo; de manera solo desembarcamos en el glaciar Ramón, Carlos y yo. Fue una suerte que Ramón, con su infinita sabiduría de estos temas, hubiera insistido en que lleváramos un kit de supervivencia en el primer vuelo, porque de repente nos vimos ante la perspectiva de tener que echar la noche allá, solos los tres sobre el hielo y a falta de casi todo el equipo. Ramón tuvo también el buen tino de insistir en que racionásemos las provisiones. ¡Y menos mal que lo hicimos, porque lo que iba a ser una noche se convirtieron en seis!
Aprovechamos esos días para hacer algunas excursiones exploratorias por la zona de los Nunatak (montaña que emerge del hielo, en inuit), hasta que finalmente, se reunió con nosotros el resto del equipo. ¡Menuda alegría aquel reencuentro! Y así, sin perder ni un solo segundo, nos afanamos en organizar los más de 60 bultos de que disponíamos en mitad de un tiempo que no nos puso las cosas fáciles.
Comienza el viaje
Después de tantas vicisitudes, por fin arranca la expedición. El trineo de viento es un vehículo enorme que transporta más de 2.000 kg de material (incluyendo los instrumentos científicos) distribuidos, en 4 vagones. De él tira una cometa de 70 m2, una de las medianas. Pero es momento de ser precavidos.
Ramón Larramendi comenzó a desarrollar el trineo de viento en 1999 y, desde entonces, ha estado constantemente innovándolo. Comenzamos probando la cometa de 250 m2. Es la primera vez que se va a utilizar una vela tan enorme. Es espectacular ver como se despliega y eleva al viento semejante cometa. Vuela, pero Ramón, a los mandos, apenas puede manejarla. La fuerza que ejerce sobre los brazos del piloto es enorme. ¡Demasiado grande!
El día siguiente fue un gran día de navegación porque teníamos el viento con la suficiente intensidad para desplazarnos y además en la dirección correcta y así conseguimos hacer nuestros primeros 50 km de una tacada en dos horas y media. En función de la fuerza del viento, Ramón iba decidiendo que cometa utilizar, la de 17 m2, la de 50 m2, la de 70 m2…, etc. En total llevábamos 17 cometas de entre 3 y 250 m2. Los días siguientes fueron transcurriendo sin viento y esto es algo tan sencillo como complejo y delicado. Simplemente, estamos a merced del viento. Eolo manda.
Aunque estemos sin movernos por la falta de viento o porque éste sople en contra, no damos por perdido el tiempo. Ramón quiere probar todas las cometas que tenemos para hacer una selección de las que mejor se comporten desplegadas al viento. Así que vamos probando cometas del mismo modo que vamos aprendiendo a extenderlas, desenredar sus hilos, plegarlas y guardarlas, en una tarea que a priori no es nada fácil, pero con la que debemos familiarizarnos.
Después de una semana de viaje nos pusimos a hacer ciencia dirigidos por Lucía Hortal. Entre los 6 vamos perforando el hielo con un enorme taladro traído expresamente para la ocasión. Llegamos a una profundidad de metro y medio con el primer tramo del taladro. Lo sacamos del hielo girando a la inversa y Lucía recoge las muestras y se pone a fundirlas en la tienda locomotora con el fin de extraer los microorganismos que se encuentren en el hielo para analizarlos en el laboratorio una vez de vuelta en Madrid. Toda esta investigación va dirigida a la exploración de la vida más allá de la tierra, por ejemplo, en Marte.
Ese mismo miércoles nos tocó palear para quitar la nieve del trineo, que la fuerte ventisca iba acumulando. Además, en repetidas ocasiones, desenganchamos los cuatro módulos para, uno por uno, desplazarlos unos metros hasta el punto de salida perfecto y tenerlos preparados para comenzar a navegar en cuanto tuviésemos el viento a nuestro favor, algo que esperábamos para las 8 de la mañana del jueves. La noche fue fría, como todas; entre 20 y 24 grados bajo cero. Pero teníamos unas puestas de sol y unos amaneceres espectaculares. Estar allí con 360 grados de horizonte resultaba increíble. Semejante sensación de amplitud paisajística encoge el corazón.
Al día siguiente, a las 9:20 de la mañana, volvemos a navegar. Es impresionante cómo el trineo se adapta al terreno irregular y lleno de sastruguis (imperfecciones formadas por la acción del viento en la nieve, fundamentalmente cuando hay ventisca). Esta adaptabilidad se debe a que está construido bajo la técnica inuit más ancestral, combinada con las nuevas tecnologías. Pero entonces se torció el tiempo. La noche del viernes 27 al sábado 28 de mayo nos tuvimos que preparar para afrontar una tormenta que anunciaba muchísimo viento, con rachas de más de 120 km/h. Construimos un fortín para proteger las tiendas; hubo mucho trabajo de por medio, muchas horas cortando y colocando bloques de hielo. Pero, sin lugar a dudas, mereció la pena el esfuerzo, pues nos sentimos muy protegidos ante el azote de la tormenta.
La base fantasma
Inauguramos junio navegando con el trineo de viento por el inmenso y espectacular desierto blanco, nos sentimos profundamente frustrados al no alcanzar nuestro objetivo, que era llegar a una antigua y abandonada base americana llamada DYE3. El viento nos sacó literalmente de la ruta hasta que, a las 4:30, Ramón decidió posar la cometa en el suelo y dar por terminada la larga jornada de 19 horas navegando desde que empezamos el martes anterior a las 9:30 de la mañana. Tomando un café caliente en la locomotora para analizar la situación, casi dábamos por imposible llegar a DYE3. Y así, tras más de 24 horas sin dormir, nos fuimos a descansar a las 5 de la mañana.
Pero la perseverancia del amigo Ramón Larramendi, uno de los máximos exponentes en tierras polares a nivel internacional y con gran experiencia en el hielo a lo largo de más de 30 años, hizo que, después del descanso, retomásemos la navegación con el rumbo y viento adecuados para recorrer los 39 kilómetros que nos quedaban; y así alcanzamos el punto deseado a las 20:40, tras haber salido a las 17 horas. Nada más parar el trineo nos felicitamos por el gran logro que, aquel mismo día, de madrugada, dábamos por perdido. Al llegar no nos resistimos a acercarnos a la impresionante esfera, único elemento en la superficie de lo que fue un edificio de unos 30 metros altura. Se construyó entre 1956 y 1959 y, 30 años después, en 1989 se abandonó a su suerte. Desde entonces y hasta ahora el edificio ha quedado engullido por el hielo, enterrando sus seis pisos de altura, que antes había que subir y ahora hay que bajar hacia el infierno helado.
Al día siguiente Marcus y Carlos instalaron unas cuerdas fijas para descender al ventisquero que se ha formado alrededor de la base y, después escalar para adentrarse en la pasarela de la cúpula. El primer piso hacia abajo nos sorprendió con una impresionante galería de hielo y nieve a la que llamamos 'sala de los cristales'. Nos dejó literalmente helados por la gran belleza de sus increíbles formaciones de hielo. Al descender hacia pisos inferiores visitamos habitaciones, a modo tétrico y fantasmal, que conservaban sus colchones, lámparas y demás mobiliario. También pudimos ver revistas del año 89 abandonadas allí. Impresionaba ir bajando, porque cuanto más abajo se iba, más presión ejercía el hielo sobre el edificio y, a veces, se inclinaba demasiado el piso. En la sala de juego tuvimos la valentía de jugar al billar e incluso tomar un whisky que lleva allí más 33 años en perfectas condiciones. Fue la anécdota de la jornada.
Encalmados
El viernes 3 de junio continuamos navegando, ya con rumbo sur, para concluir en unos 15 días la vuelta circular, realizando la primera travesía en Groenlandia de Oeste a Este. Pero para ello todavía nos quedaban unos 500 kilómetros a bordo del fantástico y fabuloso trineo de viento.
Los vientos no nos estaban siendo nada favorables para navegar con el trineo de viento en toda nuestra larga travesía por el hielo de Groenlandia. Es por eso que tuvimos que aprovechar absolutamente todos los vientos y todas sus horas, cuando nos fueron favorables o incluso menos malos, incluidas las noches.
Aunque en honor a la verdad, son noches sin noche... He de decir que la navegación nocturna ha significado, además de avanzar y hacer kilómetros, observar unas puestas de sol increíbles hacia las 23 horas, y unos espectaculares amaneceres a eso de las tres de la madrugada. Entre la puesta de sol y su salida median unas 4 horas de ligera penumbra con unos colores fantásticos que hacen más llevadera la navegación, llamémosle, nocturna.
Aquel día fue todo un hito a nivel de avance. Superamos 155 kilómetros, alcanzando picos de velocidad de hasta 35/40 km por hora. Una vez más, no dejaba de asombrarme la adaptabilidad al terreno del magistral invento de Larramendi. En cambio, al día siguiente, avanzamos solo diez kilómetros a costa de mucho sacrificio, porque el viento nos echaba del rumbo a seguir.
A primeras horas de la madrugada del sábado 4 de junio llegamos a la zona del Domo Sur, alcanzando una altura de más de 2.800 metros, con la mala fortuna de que, al estar en esta latitud, nos quedamos sin viento. Allí aguantamos tres días que le vinieron muy bien a Lucía Hortal, responsable científica de la expedición, para desarrollar su tarea científica y obtener más muestras del aire y del hielo. A falta del taladro, que se nos rompió en la primera extracción, se cavó un agujero de casi dos metros de profundidad para que se pudiese seguir sacando muestras de hielo a diferentes cotas. Los microorganismos del hielo obtenidos irían a parar al Instituto de Astrobiología de Madrid para avanzar en los estudios de la existencia de vida en otros entornos., mientras que los recogidos en el aire son para el experimento que lleva MicroAir Polar en la Universidad Autónoma de Madrid.
Finalmente, Ramón decidió que aprovecharíamos los vientos anunciados para la noche del martes 7 al miércoles 8 de junio, que, aunque no eran favorables del todo, bastarían para salir del agujero en donde nos encontrábamos. Íbamos a vivir otra noche sin noche, pero en esta ocasión con peor tiempo, así que la disfrutamos menos; mejor dicho, la sufrimos más, aunque todo este territorio no deja de ser un espectáculo. Esto hay que vivirlo, sentirlo y, muchas veces, hasta padecerlo. Tras toda una noche turnando las guardias para estar atentos a la intensidad del viento y a la dirección, finalmente, a las 8:45 am del miércoles día 8, salimos del atolladero donde estábamos ubicados con viento suficiente para continuar durante más de 10 horas.
Una cumbre virgen… desgraciadamente
Los siguientes días hicimos grandes avances con rumbo sur, hacia el lugar en el que iría a recogernos el helicóptero. Y entonces descubrimos un nuevo Nunatak. Allí estaba, en mitad de la llanura de hielo, exactamente ubicado en las coordenadas 61° 46' 03" y 45° 42' 44, a una altitud de 2.002 metros. Una montaña que antes no estaba ahí, según nos corroboró Ramón Larramendi, perfecto conocedor de estas tierras; y a mí se me vino a la cabeza la frase de George Leigh Mallory cuando, 101 años antes exactamente, vio el Everest por primera vez: "Es como un prodigioso diente blanco emergiendo de la mandíbula del mundo".
La montaña, nuestro Nunatak, en realidad siempre ha estado ahí; pero el hecho de que haya emergido del hielo es buena muestra del deshielo que sufre Groenlandia, principalmente en la zona de la costa; una señal clara de emergencia climática.
Los últimos kilómetros hasta el nuevo Nunatak los hicimos los seis juntos en la locomotora. Nadie quería perderse el momento. Estábamos a punto de formar parte de la historia: íbamos a coronar una montaña virgen en Groenlandia. Somos los primeros seres humanos en pisar este nuevo Nunataq. Desde donde 'aparcó' el trineo Ramón la víspera hasta la cima tardamos escasos 10 minutos. Abrazos y euforia al llegar arriba. Nos recibió un fuerte viento de unos 60 km/h. Tras las fotos de rigor, comenzamos la circunvalación de la montaña a modo de exploración, otra actividad importante dentro de lo que se puede desarrollar con el trineo de viento. A la vuelta daríamos cuenta a las autoridades danesas de la aparición de esta nueva montaña que Ramón Larramendi bautizaría Windless Harbour en honor de su trineo de viento.
Reemprendimos el viaje y, finalmente, el día 11 de junio comenzamos a ver grietas en el glaciar, o lo que podían serlo, y divisamos unos lagos. Por precaución Ramón dio por concluida la travesía. La primera que se realiza en Groenlandia de Oeste a Este, además con fines científicos. Hemos recorrido 1.016 kilómetros. No hemos podido hacer más. El persistente mal tiempo y los vientos desfavorables nos obligaron a ajustarnos a una ruta diferente de la prevista; no llegamos tan al norte como hubiésemos deseado y tuvimos que girar antes de lo previsto. Pero la experiencia de aquellos casi dos meses de expedición y 35 días en el hielo son algo que no se borrará de la mente de quienes tomamos parte en ella.