Mikel Sarasola lleva 25 años remando en kayaks de aguas bravas; tiempo suficiente para alcanzar una gran maestría en su deporte, pero también para observar los grandes cambios que se han producido en él. No hablamos de cambios técnicos, como mejoras en los materiales o en las técnicas de entrenamiento, que también los ha habido, sin duda; hablamos de cambios en el terreno de juego del piragüismo de aguas bravas: los ríos.

Los ríos son el canario en la mina del calentamiento global; son estructuras “vivas” que reflejan con total precisión el comportamiento de las precipitaciones en sus cuencas. El piragüismo de aguas bravas, al ser un deporte que se practica en los cursos altos de los ríos —y mejor si son de régimen pluvio-nival— ha permitido a los kayakistas ser testigos del lento pero inexorable cambio que se está produciendo en los patrones climáticos. Hoy todos podemos observar las señales del cambio climático; hoy todos decimos cada tanto eso de que “el tiempo está loco”; los piragüistas observaron esos cambios hace años.

Le hemos preguntado a Mikel Sarasola sobre su experiencia al respecto y aquí os dejamos su respuesta, en forma de relato, como es habitual en él.

Fue bonito mientras duró, por Mikel Sarasola

Ya hay poca gente que niega que algo ha cambiado en cuanto al clima. El tiempo se ha encargado de ello, y muy rápido, además.

Yo no soy ningún experto en el tema, pero por mi condición de kayakista de aguas bravas me he pasado la vida mirando lo que caía del cielo y la verdad es que lo que veo en los últimos años no me tiene muy ilusionado.

El agua ha marcado mi vida desde pequeño. Desde muy joven me enganché a la sensación única de navegar sobre las corrientes de un río. Fue con diez años que probé aquello por primera vez, y tengo que admitir que 25 años más tarde aún no he conocido una sensación que la pueda igualar. Entrar en la corriente de un río es adentrarte en un viaje desde una perspectiva única de un valle, algo efímero, ya que el agua que pasa por un lugar no volverá a pasar por allí; exige concentración y adaptación constante, ya que te mueves sobre una superficie en movimiento.

Como humanos queremos tenerlo todo bajo control y por eso la modalidad olímpica del kayak de aguas bravas se practica en canales artificiales donde se puede regular el caudal del agua para que siempre sea el mismo y poder asegurar así unas mismas condiciones para todos los competidores. Por eso, el deporte del kayak se fue alejando de su origen en el medio natural y se fue convirtiendo en otra cosa; en algo más artificial.

Yo empecé remando en ríos naturales, pero me pasé la adolescencia compitiendo en canales artificiales. Fue una época convulsa, de mucho entrenamiento y obsesión por el rendimiento. Al final, dejar la competición y volver a las montañas fue lo que me reconcilió con el deporte.

Después de cumplir veinte años empecé a ir al río por el mero hecho de pasar unos días con amigos y disfrutar del placer remar. Tuve la suerte de contar con un grupo de amigos que estaban tan motivamos como yo. Empecé a conectar con la gente de una manera diferente, conocí una cultura más de montaña, otros kayakistas que nunca habían hecho slalom y que vivían este deporte de una manera muy diferente a lo que yo conocía. Empezamos a explorar los rincones ocultos de los valles en busca de nuevos rápidos y cascadas, lugares que no podrías conocer si no fuera en un kayak, y me di cuenta de lo privilegiado que era de tener la habilidad de poder bajar por esos lugares. Se abrió un mundo nuevo ante mí.

En invierno remábamos en casa, en Leitzaran, en Beartzun o en el Salazar; o nos íbamos a Cantabria o Galicia en busca de mejores caudales. La primavera era tiempo de explorar los Pirineos, dos o tres meses que nos pasábamos por el Ara, en el Cinqueta, en el Noguera Pallaresa o Cauterets.

Pronto empezamos a viajar a otros lugares en busca de más ríos y nuevas aventuras. Era algo adictivo. Viajar, conocer gente, nuevos ríos, nuevas culturas. Compartir todo eso con amigos y crear vínculos muy intensos. Una aventura me llevaba a otra, de los Alpes a Patagonia, de allí a Nepal, de Nepal a Groenlandia, Perú o Pakistán.

Me costaba estar quieto en casa, vincularme con nada, comprometerme, no quería un trabajo estable, no quería pareja, no quería nada que me atara, porque la cabeza estaba siempre en otro lugar. Había que volver para trabajar un poco, descansar, ahorrar y preparar la siguiente aventura, que siempre estaba en el punto de mira.

Pero en primavera siempre volvía a casa. Era la mejor época del año. Las nieves del invierno se derretían con los calores de la estación y mantenían unos caudales estables. Era época de peregrinación para muchos kayakistas de la península que nos juntábamos en los mismos ríos del Pirineo. Había competiciones de kayak extremo: la carrera del Pallars, la del Brousset, en Cauterets y la que para mi era la fecha más esperada, la River Guru, que se hacía en el Ara. En estas carreras el resultado era lo de menos, lo bonito era que nos juntábamos decenas de piragüistas que remábamos y convivíamos durante varias semanas.

Pero aquello es ya un bonito recuerdo del pasado. Han pasado ya diez años de la que recuerdo como la época dorada. La incertidumbre de los últimos años ha hecho que los organizadores dejaran de organizar estas pruebas. Han sido muchos los años en los que se han tenido que cancelar las carreras por falta de agua, y la gente se cansa de preparar todo para finalmente tener que cancelarlo a última hora. Indirectamente eso ha hecho que los kayakistas nos juntemos menos en torno al río y que haya menos sensación de comunidad entre nosotros.

Por eso mismo, hace un par de años quise hacerle un homenaje al que para mi es la gran joya del Pirineo: el río Ara. Me junté con mi amigo catalán, Jan Larrue, y aprovechando los primeros buenos caudales de la temporada, nos acercamos a intentar filmar un descenso completo de este río para poder dejarlo plasmado para la historia, ya que no existía ninguna filmación completa de este río, debido además, a que por su complicado acceso, las partes altas son aún hoy en día poco conocidas.

Aunque era el comienzo de la primavera y las temperaturas eran buenas, el descenso terminó siendo una metáfora de lo que vivimos hoy en día en esta cordillera. Tras dos buenos días de descenso, en el tercero bajaron las temperaturas y se paró el deshielo en seco. Terminamos el descenso a duras penas, rascando mucha roca y más por tozudez que por placer. Además, no volvió a haber buenos caudales continuados en toda la primavera y no pudimos volver a hacerlo en condiciones. La primavera no nos duró ni una semana…

Y esa es la situación actual. Poca precipitación invernal, temperaturas poco estables, con olas de calor que se llevan la nieve en un visto y no visto, y de repente días fríos que hacen que el deshielo pase derritiendo el agua poco a poco, pero sin poner suficiente agua en los ríos. No lo sé, no soy capaz de analizarlo debidamente por falta de conocimiento, pero la realidad es que tras años en esta dinámica a la primavera ni se la espera.

Solo puedo decir que fue bonito mientras duró y que algunos tuvimos suerte de poder disfrutarla. Me da pena que estos cambios se hayan llevado a una comunidad por delante, a la que ya hoy en día casi ni veo, salvo en contadas ocasiones. También que, como es normal, la juventud ya no se ilusione con nuestro deporte porque no parece estar hecho para nuestro entorno. Quizás sean los canales artificiales los que lo terminen salvando, pero eso no será lo que yo conozco como kayak de aguas bravas. Esto me resulta triste pero, ciertamente, la afectación que pueda sufrir el deporte del kayak es solo una señal de algo mucho más serio. Más aún, que nosotros no podamos disfrutar de nuestro deporte es, con toda seguridad, lo menos grave.