Navegar entre la nieve y el frío de Islandia, surcando las aguas, atravesando hielos, respirando profundo. Paisajes auténticos que nos acercan a la magia de la naturaleza y que, si no nos dejan sin palabras, nos inspiran a dedicarles bonitos textos como este de nuestro friend Vicente Castro, explorador polar. Vicente vive navegando a bordo de su velero Iorana y hoy nos relata su última experiencia en Islandia, y lo especial de sus paisajes, siempre a bordo de su inseparable Iorana.

Navegando por Islandia

Mientras el avión hacía sus piruetas para no dejarse un ala en las laderas de las montañas de Isafjordur, me dio por pensar en el nombre que se le dio al festival de música que se celebra desde 2004 en esta ciudad: Aldrei Fór Ég Suður (“Yo nunca estuve en el sur”).

Una vez más, las montañas que nacen en el mar me han traído a este rincón remoto de Islandia. Y siendo Islandia ya un país remoto, esto es decir mucho. “Afortunadamente” sus cumbres no ganarían ningún concurso de belleza alpina, ni su nieve se caracteriza por la ligereza de sus cristales. Tampoco la fiabilidad con que las tormentas golpean los fiordos en invierno la hacen el destino de moda para los free riders más pintones.

Más bien en Islandia todo tiene un fuerte olor a marea baja y un color acero en sus aguas y cielos. Diríamos que en cualquier momento podría salir el monstruo del Lago Ness o la dama del lago de las leyendas celtas.

Mi amigo Simón, que es aún más poeta que yo y se disfraza de alpinista para ocultarlo, comentó que estas tierras son como los artistas de ese concierto que no conoce el sur, salvajes e inesperadas. De repente cuando la melodía más suave suena, puedes ser golpeado por lo más bestial del “trash”.

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La mirada del pescador

Así se descubre Hornstrandir, sujetos dudosamente a un ancla, mientras en la radio vhf, el servicio meteorológico marino advierte tranquilamente de la proximidad de otra “strong gale”. En apenas unas semanas, la nieve que no habíamos conseguido retirar lo suficientemente rápido de la cubierta o el hielo que se formaba en la superficie del mar, había desaparecido.

Volvíamos a puerto con una de esas brisas que “despeinan”. Escorados con velas reducidas y la imagen de un pescador preparando su barco en los muelles de Bolungarvik, apenas una mirada curiosa, ni un gesto hacia el único velero del puerto. Supongo que ganarse la vida pescando en estas aguas de inviernos sin luz en montañas de agua helada, hace que pocas cosas te sorprendan.

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