Volver a ponerse en marcha después de una lesión
Se acerca la primavera y muchos de los que no practican deportes de invierno empiezan a salir de su letargo, comienzan su particular “operación bikini” para volver a ponerse a tono de cara a la mitad del año en la que les toca salir a jugar. Es un clásico del aficionado medio no multidisciplinar: una parte del año languidece echando de menos las condiciones óptimas para practicar su deporte, y la otra se entrega con ansia a su práctica. Pero también es muy típico que, en estos periodos de transición, aparezcan las lesiones. Son los peligros de volver a ponerse en marcha con demasiadas prisas.
Las lesiones son, al fin y al cabo, algo casi ineludible para cualquiera que practique cualquier deporte el tiempo suficiente. Pero, como en la vida unas veces se gana y otras se aprende, todos los que han pasado por una lesión y la han superado, tienen algo que contar sobre ella; algo que aprendieron o que les cambió. A veces es algo inspirador, otras veces es un simple aviso a navegantes. En cualquier caso, los malos tiempos hablan con su propia voz. Nosotros hemos preguntado a algunos de nuestros Friends por sus experiencias con las lesiones. Esto es lo que nos han contado.
Iker Madoz, alpinista
Mi peor lesión fue una rotura de ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha, en 2016. Tardé un año en volver a estar al 100%, aunque la primera vez que salí a escalar tras la operación fue a los dos meses. Estaba muy motivado por mejorar y ponerme bien lo antes posible, así que lo llevé bien.
Los primeros días después de la operación sí que estuve más bajo de ánimo, pero una vez empiezas a ir a la rehabilitación, a las dos semanas de la operación, todo fue a mejor. En la fase final de la rehabilitación metía hasta ocho horas de rutina, me lo tomé como un trabajo; así volaban las horas.
En mi caso lo más duro fue el aspecto mental; aunque en cuanto te pones con la rehabilitación, todo fluye. Yo no estuve incapacitado para moverme y podía entrenar, adaptándome al estado de cada momento, por supuesto; al principio solo tren superior y luego, conforme me iba dejando, también el inferior. Es importante no frustrarse pensando en lo que hacías antes y lo que puedes hacer justo después de la operación. Hay que centrarse en el progreso.
Iraitz Ezkergain, esquiador free ride
Mi peor lesión fue una rotura de tibia y peroné mientras esquiaba en la Val d’Aran. Tuve la suerte de que el piloto del helicóptero se la jugó para rescatarme con una tempestad inhumana.
Me encabezoné con la vuelta. Tanto que, a los seis meses, aún cojeando, me las arreglé para escalar la arista del Petit y el Grand Midi d’Ossau. La verdad es que lo llevé muy mal psicológicamente. Estaba enfadado con el mundo. Desde entonces siempre he pensado que, aparte del fisioterapeuta, tendríamos que tener acceso a un psicólogo que nos enseñe a gestionar estas situaciones. Y es que, en mi caso, claramente el aspecto mental fue lo más duro. Hoy, que han pasado siete años de aquello, sigo sin entender los motivos de las sensaciones que tuve.
En cuanto a la recuperación, tres días después de salir del hospital ya empecé a ejercitar todas las partes de mi cuerpo, menos la dañada. Tuve suerte de que me tocase una traumatóloga que me entendió desde el minuto cero y siempre me animó a que hiciese todo aquello que me permitiese mi lesión. Tardé seis meses en estar en marcha y nueve en volver a guiar. Pero lo que nunca hubiese imaginado fue que, mentalmente, tardase dos años en volver a estar al 100%. Hasta entonces, me costó hacer giros largos a mucha velocidad. O, por ejemplo, cuando me tocaba guiar con esquís, sufría mucho los días de “whiteout” (días sin visibilidad y de no ver el relieve), terminaba más cansado mentalmente que físicamente, por el miedo a un impacto inesperado en la pierna lesionada.
Luis Alfonso Félix, escalador
Mi lesión más grave fue una fractura de apófisis del astrágalo del pie izquierdo. Me tuvo parado treinta y dos días. Fueron días de ejercitar la paciencia, de tratar de no agobiarme con la poca actividad que podía realizar. Y es que en mi caso lo peor fue el aspecto mental. Soy una persona muy activa y solamente el hecho de no poder valerme por mis propios medios me suponía mucha presión. El dolor físico en sí, al fin y al cabo, se calmaba con antinflamatorios.
Durante ese tiempo intenté no perder demasiada forma, sobre todo en el tren superior. Hacía ejercicios específicos, como dominadas, suspensiones de dedos, core, etc. La puesta en marcha es dura cuando ves el nivel físico al que has descendido y el trabajo que te queda para recuperar el que tenías antes. Pero, además, como mi lesión se debió a una caída, tenía que romper ese miedo residual que te queda, ese miedo a caer otra vez. Al final me llevó unas diez o doce semanas volver a estar a tono. Pero diez o doce semanas desde que volví a la actividad; es decir, desde que me dieron el alta.
Miriam Marco, guía de alta montaña
La peor lesión que he sufrido fue un traumatismo craneal. Estaba asegurando a un compañero en una vía de escalada deportiva, se desprendió una piedra y me fracturó el cráneo. Pude volver a escalar en treinta días, pero me ha costado mucho volver a ser la misma. Eso, si lo he conseguido, que no lo tengo muy claro…
Durante la convalecencia, mi objetivo era volver a ser la misma, y esa motivación hizo que el camino fuese algo más fácil. En mi caso, al ser un traumatismo craneal, el aspecto más duro fue el que entendemos por mental, se me hizo duro superar la parte emocional y entender cómo funciona nuestra cabeza. Caminar era un reto, conducir era un reto… así que siempre estuve en activo volviendo a aprender. Pero fue muy duro volver a ganar confianza en mí misma, ser consciente de que volvía a ser yo.
En total considero que tardé dos años en recuperar el nivel previo a la lesión, pero tengo que decir que no lo considero tiempo perdido; todo te hace crecer como persona.
Mikel Sarasola, piragüista
He vivido muchas lesiones a lo largo de mi vida. Algunas por exceso de entrenamiento y un mal cuidado, como unas epicondilitis y epitrocleitis en los codos de los que tuve que ser operado. Me he fisurado vértebras, roto costillas o la nariz, por mencionar algunas. Pero la lesión más dura de todas ha sido de hombro. Estaba bajando un río en Australia, se me rompió un reposapiés del kayak al darle a una roca, lo que me hizo caerme hacia el interior del kayak y volcar de manera inesperada con el hombro en una mala posición. Se me salió el hombro al instante y no fue fácil dar la vuelta al kayak y llegar remando hasta la orilla con el hombro fuera. Recuerdo cómo metimos el hombro en su sitio en medio de una jungla y tuvimos que salir caminando de allí, arrastrando los kayaks y con el brazo en cabestrillo. Fue una experiencia horrible.
Me operé de aquella lesión, pero se me volvió a salir en un viaje a Chile. Me volví a operar y me lo volví a sacar en una cascada en Noruega. No había manera de solucionar ese problema y el hombro estaba cada vez peor tras dos operaciones. Llegué a asumir que iba a tener que dejar el deporte definitivamente, pues no encontraba una salida a aquello. Al final pierdes la ilusión, se te tumban los sueños y tienes que reinventarte una y otra vez. Me apoyé mucho en familia y amigos, y empecé a dedicarme a la edición de películas para mantenerme entretenido. Empecé a trabajar como aparejador y como entrenador en el club, parecía que mi vida la tendría que enfocar por ahí y fue una época de mucho aprendizaje. Al final, entre rehabilitar, trabajar y editar las películas, no me dejaba mucho tiempo para pensar en otras cosas, y creo que eso fue bueno, porque en épocas en las que estás muy frustrado es mejor no pensar demasiado. Diría que el ser inquieto y tener diferentes ambiciones fuera del mundo del kayak me salvó de caer en la desesperación.
Al final, apareció en mi camino un médico que hacía una operación de hombro diferente, y aquella fue la última vez que pasé por quirófano. Han pasado nueve años desde entonces, y han sido los años en los que he hecho las actividades más duras. De todas las operaciones que me hicieron, esa última fue la más invasiva y de la que más me costó recuperarme. Ese tiempo parado, o a medio gas no fue sencillo. Me centré en la rehabilitación y fui haciendo actividades que sí podía realizar. Mantenerme activo era importante. Empecé por el spinning, con el cabestrillo puesto, luego a correr, ejercicios en casa, empezar a remar en aguas tranquilas… y para cuando te enteras ya ha pasado el tiempo y estás en marcha de nuevo.
Lo más duro de todo es sentir que no eres el de antes. Es verdad que el kayak es muy agradecido en eso. Al ser un deporte tan técnico la vuelta es muy agradecida, pero lo que más cuesta es quitar el miedo a recaer en la lesión, llegar a remar sin esa preocupación fue lo que más me costó.
Al final, fueron tres operaciones en cuatro años. Después de la última, diría que me costó más o menos un año volver a estar en forma. A los siete meses estaba ya remando en aguas bravas relativamente duras, pero no fue hasta el año que pude sentir que la lesión quedaba atrás. Es curioso, al año de la operación fui al Campeonato del Mundo y por primera vez en mi vida entré en la final. Ahí me di cuenta de que había vuelto más fuerte, de que no había perdido el tiempo, de que la cabeza estaba aún mejor que antes, y de que todo lo pasado me había hecho madurar como persona y también como deportista. Está claro que, de cada cosa, buena o mala, sacas un aprendizaje, y cuando pasas por fases así llegas a conocerte mucho mejor. No recomiendo a nadie pasar por eso, pero mirando atrás veo que saqué muchas cosas positivas de aquella lesión.