Decía el entomólogo Edward O. Wilson, padre del concepto de “biodiversidad”, que muchas especies desaparecen antes de que hayamos comprendido el papel que desempeñan en sus ecosistemas. Los lazos que establece la naturaleza, a veces, solo se nos hacen evidentes cuando se rompen.

Con las ballenas ha estado a punto de ocurrir. Los seres humanos hemos tenido relación con ellas durante siglos; una relación triste que, no obstante, las convirtió en uno de los animales más estudiados de los océanos. Creíamos saberlo todo sobre ellas y, sin embargo, no ha sido sino hasta hace bien poco que hemos empezado a comprender que la importancia de estos enormes animales trasciende con mucho los límites de su propio ecosistema.

Hoy sabemos que el auténtico pulmón del planeta está en los océanos y no en los bosques. El fitoplancton produce entre el 50% y el 85% del oxígeno que se libera cada año a la atmósfera, y captura 37.000 millones de toneladas de CO2 en el mismo periodo de tiempo. Lo que no sabíamos, la pieza que nos faltaba conocer, era la forma en la que el fitoplancton prolifera en los océanos. Y he aquí donde entran en juego las ballenas. Estos gigantes del mar, con sus hábitos alimenticios y migratorios, contribuyen a fertilizar las capas superiores de los océanos haciendo posible que prolifere en ellas el fitoplancton. ¿Cómo lo hacen? Bajando hacia las profundidades para alimentarse y después volviendo hacia la superficie para respirar… y hacer caca. Sus colosales deposiciones son muy ricas en algunos elementos que no abundan cerca de la superficie de los mares (especialmente nitrógeno y hierro), pero que son fundamentales para el crecimiento del fitoplancton. Por lo tanto, son las ballenas las que, con su tarea fertilizadora, garantizan que el mar siga funcionando como un pulmón.

 

Fitoplancton en suspensión

 

Y esa es solo una parte de la contribución de las ballenas.

El carbono es el elemento químico que sustenta toda la vida en la tierra, pero también es el elemento que, combinado con oxígeno para formar CO2, nos está conduciendo hacia el desastre. Todos los seres vivos almacenan carbono mientras viven y lo liberan en forma de CO2 cuando mueren. Las ballenas, con sus enormes cuerpos, son capaces de capturar más carbono que ningún otro organismo. De hecho, se estima que tal cantidad equivale a entre 1.000 y 1500 árboles por ballena. Sin embargo, a diferencia de los bosques o de los demás seres vivos, las ballenas no devuelven todo ese carbono a la atmósfera. En su lugar, se precipitan al fondo del océano, donde el carbono almacenado queda atrapado durante miles de años.

Esta doble función de las ballenas, la de fertilizadoras del mar y la de “ladronas” de CO2, las convierte en un elemento incomparablemente valioso en nuestra lucha contra el cambio climático. Ellas, que tanto han sufrido por nuestra culpa, podrían ser parte de la solución a nuestro mayor problema.

 

ballena

 

Ternua colabora con WDC en la protección de las ballenas este Warm Friday

Que Ternua tiene una relación muy especial con las ballenas es algo conocido. No solo forman parte de nuestro logo, también de nuestra esencia. De hecho, desde 1994 tenemos apadrinadas cuatro ballenas a través de WDC, una de las entidades más activas en la labor por la conservación de los cetáceos.

Este año, aprovechando la llegada del Warm Friday (nuestra propia versión del Black Friday) hemos decidido ir un paso más allá en nuestro compromiso con estos maravillosos animales. Es por eso por lo que destinaremos el 10% de las ventas de la campaña en nuestra web y brand house al proyecto The Green Whale, que vela por la protección de las ballenas frente a la caza y busca restituir las poblaciones de estos fantásticos animales a números anteriores al comienzo de su explotación comercial.

Y es que las ballenas no son animales majestuosos que merece la pena conservar porque su pérdida sería la enésima infamia atribuible al ser humano; las ballenas son, también, uno de los mejores medios que tenemos para luchar contra el cambio climático.