Ya lo dijimos la semana pasada: este iba a ser un mayo muy centrado en el Everest. No podía ser de otra manera, dado que este mes se cumplen muy seguidos dos aniversarios redondos que no podíamos pasar por alto. La semana pasada os contábamos la increíble ascensión que realizaron en el 63 Tom Hornbein y Willi Unsoeld siguiendo un corredor que nadie había explorado aún. Hoy vamos a retroceder más aún para recordar la que es, con toda seguridad, la escalada más conocida del techo del mundo, la británica de 1953 o de Hillary y Norgay.

El contexto

La Segunda Guerra Mundial fue un acontecimiento tan disruptivo que se puede afirmar que dejó en suspenso toda actividad humana en curso, que fue un diferenciador de eras; hay un “antes de la Segunda Guerra Mundial” y un “después de la Segunda Guerra Mundial” para todo y el ochomilismo no es una excepción.

La primera era de la conquista de los ochomiles comienza en 1895 con el temerario intento de Alfred Mummery de escalar el Nanga Parbat y termina con todas las cumbres aún vírgenes; la segunda arranca con los franceses haciéndose con el primer ochomil, el Annapurna, en 1950, y termina catorce años después en la cumbre del Shisha Pangma. Al comienzo de esta segunda era, llamada “la dorada”, los británicos habían lanzado ya cinco intentos al Everest, y aún lanzarían otros cuatro más antes de conseguir la cumbre en 1953. Eso sin contar otras tres expediciones de reconocimiento a la zona.

El encono de los británicos con esta montaña tiene mucho que ver con su orgullo nacional, que había sufrido un varapalo en la carrera por los polos. Después de casi 50 años de intentos de alcanzar el Polo Norte, tuvieron que soportar que Robert Peary plantara allí una bandera norteamericana en 1909. Para entonces ya había iniciado también los intentos por ser los primeros en Polo Sur y, aunque ellos invirtieron en ello más que nadie, fue un noruego, Roald Amundsen, el que terminó plantando su bandera en la latitud 90º. Entonces se inventaron que el Everest era el tercer polo (aún hoy se le conoce así) y se fijaron como objetivo escalarlo. Aquella carrera por los polos fue decisiva también por otro motivo: dejó en herencia una forma de hacer las cosas que después se convertiría en el estilo expedición o de asedio que, en su momento, sirvió para abrir la puerta de todas las grandes cimas.

Célebre última foto de George Mallory y Andrew Irvine antes de desaparecer en el Everest durante la expedición británica de 1924.

Para cuando comenzó la segunda era, la pérdida de los polos estaba olvidada, pero el orgullo británico no andaba mucho mejor. Reino Unido había visto colapsar su imperio colonial, sufría carencias de todo tipo y había cedido el testigo de nación más poderosa del mundo a otro país. Los países continentales estaban aún en peor situación y esa coyuntura tuvo mucho que ver con que se desatase una competición por alcanzar las cumbres más altas del mundo. En una Europa devastada, escalar uno de los catorce se vio como una manera de reivindicar cierta grandeza perdida. Es significativo que los grandes vencedores de la guerra apenas participasen en la carrera. Soviéticos y americanos se embarcaron en otro tipo de carreras, que eran inasequibles para los europeos: la nuclear y la espacial.

Pero hubo una excepción. Suiza, un país pequeño que no había participado en la guerra y que no tenía que reivindicarse ante nadie, pero que contaba con una gran tradición alpina, quiso participar en la carrera. Y para mortificación de los británicos, escogió jugar en el Everest.

La carrera contra los suizos

Dado que ya habían estado en el Everest siete veces antes, podría parecer que los británicos iban a contar con ventaja en su particular carrera contra los suizos, pero la geopolítica vino a interponerse. Durante los años 20 y 30 el gobierno de Nepal había mantenido el acceso a la vertiente sur de la montaña vetado a los extranjeros, de manera que los británicos habían tenido que lanzar todos sus intentos desde el Tíbet. Pero a comienzos de los 50 los papeles se invirtieron; el Tíbet, recién anexionado por los chinos, quedó cerrado a los extranjeros, mientras que Nepal accedió a permitir su entrada. Tocaba, pues, empezar de cero en el otro lado de la montaña.

Los británicos pusieron en marcha una expedición de reconocimiento en 1951 dirigida por Eric Shipton, que ya había capitaneado una misión similar en el 35 y había tomado parte en los intentos del 36 y 38. Uno de los miembros de esta expedición fue Edmund Hillary, un neozelandés de 32 años con no mucha experiencia en alpinismo, pero que contaba con una gran fortaleza física y una enorme determinación. La partida pronto comprobó que la aproximación era notablemente más complicada por el sur que por el norte. Por lo demás, tampoco iban tan a ciegas como pueda pensarse. En 1924 George Mallory había escalado el paso de Lho La, que separa las vertientes tibetana y nepalí de la montaña, para ver qué había al otro lado. Lo que vio allá abajo fue un valle de altura cubierto de nieve que flanqueaba la montaña por el sur. Su cabecera estaba al pie del Lothse y en su parte más baja, la que daba al valle del Khumbu —por el que necesariamente habría que llegar— una gigantesca cascada de hielo impedía el paso. Mallory llamó al valle Cwm Occidental (Cwm es valle en galés) y juzgó que la cascada era inescalable. Once años después, un escalador neozelandés, L. V. Bryant, tomó una fotografía del valle desde el mismo punto; fotografía que Shipton llevaba consigo en su expedición de reconocimiento de la cara sur, pues ya entonces se sospechaba que la llave del Everest estaba en el Cwm Occidental.

Cwm Occidental.

Sin embargo, cuando Shipton llegó al campo base, al pie de la cascada, y vio lo que tenía por encima, no lo tuvo tan claro. La Cascada de Hielo de Khumbu es un salto de 600 metros en el que el glaciar se fractura en millones de pedazos creando un laberinto cambiante de grietas que parece intransitable. ¿Acertó Mallory al juzgar que la cascada no era viable? El resto del tiempo que pasaron allí los miembros de la expedición se dedicaron a tratar de refutarlo buscando una ruta viable por aquel laberinto. Consiguieron llegar a la parte alta, justo en la entrada del Cwm Occidental, pero no pudieron penetrar en él debido a una enorme grieta que se interpuso en su camino. Sin embargo, su trabajo fue clave para las siguientes expediciones: descubrieron que la ruta más sencilla discurría por el lado norte de la cascada y confirmaron, desde el punto más alto que alcanzaron, que había una ruta viable hacia el collado sur desde la cabecera del Cwm Occiental.

Los británicos se las prometían muy felices a su vuelta de Nepal, en el 51, pero al llegar a casa una noticia enfrió los ánimos: Ante el repentino interés de los europeos por coronar el Everest, el gobierno de Nepal había decidido ser ecuánime y otorgar permisos de forma rotativa. Durante todo 1952 una nación tendría la exclusiva de los intentos; en 1953 lo tendría otra; en 1954 otra, y así sucesivamente. El caso es que, como 1951 había resultado ser un año británico, el 52 correspondería a Suiza. Si estos no lo conseguían, en el 53 los británicos tendrían otra oportunidad y después, en el 54, llegaría el turno de los franceses. Los suizos, además, obtuvieron permiso para organizar no una, sino dos expediciones en un año, con lo cual los británicos vieron que sus probabilidades de perder también “el tercer polo” eran bastante elevadas.

La primera expedición suiza, que se llevó a cabo en primavera, demostró que la enorme grieta de la parte alta de la Cascada de Hielo se podía salvar mediante escaleras y un puente de cuerda. Ingresaron así al Cwm Occidental, que ellos bautizaron como Valle del Silencio, desde donde alcanzaron la cabecera del valle y encontraron una ruta practicable hacia el Collado Sur, que alcanzaron dos veces. Pero sin duda la mejor aportación de esta expedición fue el redescubrimiento de una figura que iba a ser imprescindible en futuros intentos; la de Tenzing Norgay.

Decimos redescubrimiento porque, en realidad, Norgay ya había participado (y dejado muy buena impresión) en las expediciones británicas del 35, 36 y 38. Sin embargo, fueron los suizos los que vieron que se trataba de una figura excepcional y lo convirtieron en un miembro de pleno derecho de la expedición (algo que él recordaría siempre como el más alto honor que hubiera recibido en vida). Juntos, el escalador suizo Raimond Lambert y él, rompieron dos veces el récord de altitud de la época en el marco de aquella expedición, llegando a estar a menos de 300 metros de la cima, pero el mal tiempo les obligó a dar la vuelta.

Carátula de la película que grabaron los suizos durante sus expediciones.

La segunda expedición suiza no pudo alcanzar siquiera las cotas de altitud de la anterior y volvió a casa dejando el camino expedito para los británicos. Estos habían aprovechado “el año suizo” para preparar su expedición con todo detalle. Llegaron incluso a probar la resistencia de sus tiendas en túneles de viento. Además, Shipton había lanzado un intento al Cho Oyu en el que participó Hillary, que ganó así bastante experiencia y buenas referencias.

La expedición de 1953

La expedición británica al Everest de 1953 fue encomendada por el Comité del Monte Everest del Alpine Club al coronel John Hunt. A pesar de que Shipton contaba con mejores cartas, los miembros del club consideraron que las dotes organizativas de Hunt podían marcar la diferencia.

Los británicos, sabedores de que había un hombre en Nepal que había estado a 250 metros de la cima, no dudaron en invitarlo a formar parte de la expedición; Norgay, que era ese hombre, aceptó encantado, porque quería llegar a la cumbre como el que más, aunque le dolió no intentarlo con sus amigos suizos.

La expedición abandonó Katmandú el 10 de marzo con 350 porteadores y llegó a Tyangboché el día 26. Allí, una parte de los expedicionarios se quedaron para llevar a cabo actividades de aclimatación, mientras otra parte se desplazaba hasta el campo base, a los pies de la Cascada de Hielo, para establecer el campamento y empezar a buscar una ruta hasta el Cwm Occidental. Finalmente, a mediados de abril, comenzó el asedio a la montaña.

Miembros de la expedición de 1953.

Desde el principio el planteamiento de Hunt fue muy distinto del de Shipton. Este siempre había mostrado preferencia por un enfoque más ligero llevado a cabo por escaladores muy fuertes y que contaran con autonomía para tomar decisiones; Hunt, en cambio, organizó un auténtico tren de suministros que iba desplazando cantidades enormes de material montaña arriba, campo a campo, en actividades que seguían un programa preestablecido. En su descargo hay que decir que era un organizador excepcional y que demostró muy buen juicio. El caso es que, para el 21 de mayo, habían logrado establecer ocho campos de altura, el último de los cuales estaba en el collado sur.

Había llegado la hora del intento de cima. Hunt planificó dos asaltos consecutivos llevados a cabo por sendas cordadas de dos, más un tercer intento que sólo se produciría si los anteriores no tenían éxito. La misión de la primera cordada sería abrir huella hasta la cima sur y, si lo veían factible, seguir hasta la cumbre; la segunda cordada debía ir directamente hacia la cumbre aprovechando la huella de la anterior y la tercera, si procedía, hacer lo mismo. Los miembros de las cordadas serían, por este orden: Tom Bourdillon y Charles Evans, Edmund Hillary y Tenzing Norgay y Wilf Noyce y Mike Ward.

Bourdillon y Evans partieron del collado el 26 de mayo. Ascendieron a un ritmo impresionante de 300 metros por minuto y alcanzaron la cima sur, pero debido a problemas con los equipos de oxígeno que habían retrasados su salida y que les entretuvieron por el camino, no pudieron ir más allá. Sin embargo, desde el punto más alto que alcanzaron pudieron ver que, en la arista que unía la cima sur con la cumbre, a unos 8.790 metros, había un obstáculo formidable en forma de resalte de roca, de unos doce metros de alto, que iba a requerir destrezas de escalada a una altura sin precedentes. En cualquier caso, ese sería un problema para la siguiente cordada.

Dos días después, Hillary y Norgay partieron de un campo avanzado sobre la arista sur, el IX, a las 6:30 de la mañana. Llevaban equipos de oxígeno de circuito abierto, en lugar de los de circuito cerrado que habían cargado sus predecesores y que tantos problemas habían dado. Avanzaron a buen ritmo y a las 9 de la mañana ya estaban en la cima sur. Desde allí continuaron por la arista hasta alcanzar el resalte que habían visto Bourdillon y Evans el día anterior. Hillary tomó la cabeza de cordada y, arrastrándose entre el paño de roca y el hielo del borde, consiguió remontar el obstáculo. Norgay lo siguió sin dificultades. El paso, que quedó bautizado como Escalón Hillary, fue clasificado posteriormente como de grado IV si se afrontaba directamente, pero hay que recordar que estaba a casi 8.800 metros. Hablamos en pasado porque en 2017 el bloque se desprendió y el Escalón Hillary dejó de existir. En cualquier caso, una vez superado, Hillary y Norgay no tuvieron que recorrer más que un pequeño trecho hasta alcanzar la cima.

Hillary y Norgay a su vuelta de la cima.

¿Quién llegó primero? La cuestión se debatió durante mucho tiempo porque ambos hombres se negaron a desvelarlo y declararon una y otra vez que la cosa no tenía importancia, que había sido un trabajo en equipo. Muchos años después, en sus memorias, Norgay aclaró que Hillary llegó unos dos metros por delante de él, puesto que llevaban la cuerda que los unía recogida en lazadas en la mano. La cuestión era importante para los británicos, que, como hemos dicho estaban empeñados en ser los primeros en el "tercer polo". Sin embargo, a nadie se le escapaba que Hillary, siendo súbdito británico, no era inglés, sino neozelandés. La noticia de su éxito llegó a Reino Unido durante la coronación de Isabel II y se celebró con gran júbilo. A su vuelta, Hillary sería nombrado Sir y se daría el tema por zanjado, pero aún habría que esperar hasta 1975 para que el primer englishman, Doug Scott, alcanzara la cumbre de la montaña. En cualquier caso, todo aquello le importaba poco a Hillary aquel 29 de mayo. Después declararía que lo único que había sentido al alcanzar la cima fue alivio: “Alivio por no tener que tallar más escaleras, ni cruzar más aristas, ni rodear grietas”. Allí, en lo alto del mundo, los dos hombres permanecieron solamente 15 minutos y Hillary tomó una única foto de su compañero; no existe una fotografía en la que se lo vea a él en la cima, algo increíble desde la mentalidad de nuestros tiempos. Después, simplemente, se dieron la vuelta y emprendieron el descenso. Y así, sin más ceremonias, hace hoy 70 años se demostró que no existía una montaña tan alta que no pudiera ser escalada.