El próximo sábado se celebra el Día de la Tierra, una efeméride que pretende concienciar sobre la fragilidad del medio en el que vivimos y sobre la necesidad de preservarlo. Coincidiendo con esta fecha, en Ternua hemos puesto en marcha una campaña de recaudación de fondos para la European Outdoor Conservation Association (EOCA). Desde hoy, y hasta el próximo miércoles 26, los productos de nuestra colección sostenible New Earth Spirit gozarán de un 20% de descuento; 20% que donaremos a la protección de los lugares silvestres y los ecosistemas, de la mano de EOCA.

Por otra parte, y puestos a hablar de medioambiente y sostenibilidad, queremos hacerlo de una manera diferente. A nuestro entender, uno de los problemas con la comunicación medioambiental está en la acuciante ausencia de noticias positivas. Y decimos noticias, que no hechos. Porque, si bien es cierto que vivimos tiempos difíciles y que queda mucho por hacer, no lo es menos que la concienciación sobre los problemas medioambientales y la implementación de medidas están dando resultados, tal vez tímidos, pero positivos, en muchas áreas.

Son noticias a las que no suele darse aire, porque encajan mal con la narrativa dominante (que, no obstante, ha tenido un papel importante en la formación de una conciencia medioambiental). Pero es que, a veces, para seguir luchando hay que tomar aire, hay que ganar conciencia de que los gestos sirven, los esfuerzos funcionan, la lucha compensa.  

Por eso, en este Día de la Tierra hemos decidido no recurrir a escenarios tristes. En su lugar, nos hemos centrado en victorias medioambientales que ya se han producido; en hechos que quizá no hayan sido noticia, pero que son ejemplo de que, aunque tenemos mucho por hacer, tenemos la capacidad de hacerlo. Así que ahí van unas cuantas buenas noticias:  

Se recupera la población de ballenas jorobadas

Los cetáceos gozan del triste privilegio de ser los animales, terrestres o marinos, más cazados, en términos de biomasa total, en toda la historia de la humanidad. Las cifras oscilan mucho, pero se cree que solo durante el siglo XX pudieron llegar a exterminarse hasta 3 millones de individuos. En el caso de las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae), cuando, en 1966, finalmente se les brindó protección, la especie había quedado reducida al 10% de su población original. En el Atlántico Sur, por ejemplo, se estimó que apenas quedaban 450 individuos.

La opinión mayoritaria entonces era que el veto había llegado demasiado tarde para las ballenas jorobadas. Pocos confiaban en que la especie fuera capaz de salir adelante (sobre todo porque la caza furtiva continuó durante algunos años). Sin embargo, las ballenas jorobadas han demostrado ser animales de gran resiliencia. Hoy, casi seis décadas después de que se prohibiera su captura, la especie se ha recuperado en algunas zonas hasta alcanzar el 93% de la población previa al inicio de la caza industrial. Esto no solo es una estupenda noticia por la ayuda que las ballenas nos brindan en la lucha contra el cambio climático (hablamos de ello aquí), sino que también es la prueba de que, cuando nos comprometemos con una causa, somos capaces de cambiar el curso de los acontecimientos.

ballena

La superficie de áreas protegidas ha crecido… ¡y mucho!

En su obra “Medio Planeta”, de 2016, el entomólogo y conservacionista Edward O. Wilson, planteó una fórmula revolucionaria para salvaguardar la biodiversidad en el mundo. Consistía en extender protección medioambiental al 50% de la superficie planetaria. Wilson no imaginó una gigantesca zona de exclusión humana sin solución de continuidad, sino áreas de interés dispersas por todas partes. Un estudio de la revista Science que trabajó en la misma línea rebajó el porcentaje mínimo necesario al 44% de la superficie planetaria. Naciones Unidas, por su parte, adoptó el mucho más modesto objetivo de lograr el 30% de superficie protegida para 2030.

Actualmente estamos lejos de todos esos objetivos (las áreas terrestres protegidas rondan el 17% y las marinas el 8%), pero la tendencia resulta esperanzadora. Y es que, desde 2010, la superficie protegida creció en nada más y nada menos que un 43%; es decir, más que la superficie de toda Rusia. Así las cosas, es posible que cumplamos con el objetivo de la ONU y, quien sabe, tal vez estemos a tiempo de alcanzar también el de E.O. Wilson.

Monte Perdido (5)

En el mundo hay más árboles que hace 20 años

Aunque solemos pensar lo contrario, el mundo es hoy un lugar más verde que hace 20 años. Concretamente, según estudios recientes, hay un 5% más de árboles que en el año 2000. Parece poco, pero es una superficie equivalente a la de todas las selvas amazónicas. La noticia hay que tomarla con precaución porque, de hecho, parte de la explicación a este fenómeno se encuentra en el mismo calentamiento global que queremos combatir. Y es que, al ser el mundo un lugar más cálido, más húmedo y más fértil (el CO2 tiene un efecto fertilizador), la proliferación de la flora es algo esperable.

Sin embargo, la noticia tiene otras aristas. Por un lado, es una buena prueba de que cada vez más gobiernos en el mundo se dan cuenta de la importancia de mantener sus masas forestales y extienden alguna medida de protección sobre ellas. Algunos, como China, incluso han iniciado ambiciosos programas de reforestación. Si bien es cierto que existe mucha polémica sobre si la reforestación artificial es realmente útil para frenar el cambio climático, es innegable que tiene otros efectos muy positivos: los árboles, sean replantados o de germinación espontánea, frenan la erosión de los suelos y “hacen” su propia lluvia, lo cual contribuye a combatir la sequía, que es otro de los grandes problemas medioambientales que nos acucian. Y es que un árbol nunca será una mala noticia.

Crece el uso del algodón orgánico

Es bien sabido que la industria textil se encuentra entre las actividades humanas más contaminantes. En Ternua, concienciados desde nuestra fundación con los aspectos oscuros de la industria, hemos buscado formas alternativas de hacer las cosas, tratando de ser cada vez más sostenibles. Fruto de ese esfuerzo surgen, por ejemplo, nuestros Proyectos Singulares. Pero hemos dado también otros pasos, como la apuesta por el empleo de lana y pluma recicladas, o por el uso de algodón exclusivamente orgánico en nuestras prendas.

El algodón convencional es uno de los tejidos cuya producción resulta más perniciosa para el medio ambiente y para las personas involucradas en su procesamiento. Más del 10% de los pesticidas y más del 25% de los insecticidas que se consumen en el mundo se usan en el cultivo de este producto. Además, después de su recolección es blanqueado con productos como el cloro, el peróxido de hidrógeno y la dioxina, entre otros compuestos altamente contaminantes para las aguas subterráneas y perniciosos para la piel de las personas.

El algodón orgánico certificado, en cambio, es una forma de cultivo de algodón mucho más sostenible, en la que no se emplean fertilizantes químicos, herbicidas ni pesticidas sintéticos, sino rotación de cultivos, abonos de origen animal y recolección a mano.Pues bien, según un reciente informe de Textile Exchange, el uso del algodón orgánico está creciendo a un ritmo asombroso. El año pasado miles de hectáreas se sumaron a esta forma de cultivo y cada vez es más larga la lista de países que dedican parte de sus cultivos al algodón orgánico. Las previsiones son muy buenas. Si la década comenzó con unas cifras de mercado de 518.7 millones de dólares, se prevé que, para  2028, el tamaño del mercado será de 6.730,9 millones de dólares. ¿El motivo? Según Textile Exchange, las marcas están respondiendo a la cada vez mayor preocupación por el medioambiente y a la mayor demanda de los consumidores de materias primas sostenibles. Sin duda una grandísima noticia.

¿Qué fue del agujero en la capa de ozono?

A mediados de los años 80, Jonathan Shanklin, meteorólogo británico, anunció que las mediciones hechas durante décadas en la estación de investigación Halley Bay, en la Antártida, indicaban que la capa de ozono en aquel punto había comenzado a perder espesor rápidamente. Era una noticia alarmante, ya que la capa de ozono es la principal defensa de la vida en la tierra contra las dañinas radiaciones ultravioletas del sol. Un año después, el mismo Shanklin publicó un estudio en colaboración con otros dos científicos en el que se relacionaba inequívocamente un producto de uso humano, los clorofluorocarbonos (CFC), con el fenómeno.

Durante el resto de aquella década y la mayor parte de los años 90 el agujero de la capa de ozono era un tema recurrente y la concienciación sobre el asunto creció como no había ocurrido nunca antes con un problema medioambiental. En 1987 se adoptó el Protocolo de Montreal para fijar un calendario de eliminación gradual de los productos químicos que son agresivos para la capa de ozono. En el año 2000 se terminó con la producción y consumo de CFC. El Protocolo de Montreal fue firmado por todos los países sin excepción y está considerado un triunfo único y excepcional de la cooperación internacional. Tan alto ha sido el grado de aceptación de las medidas y de implementación de las mismas que, aunque el agujero en la capa de ozono aún existe, ya ha dado muestras de empezar a recuperarse y se espera que para mediados de siglo desaparezca.

La manera en la que se afrontó el problema con la capa de ozono es el espejo en el que nos miramos con el calentamiento global. ¿Acaso no es posible un acuerdo como aquel cuando enfrentamos un problema que, otra vez, parece conducirnos al desastre?