Hace unos meses, Bego Alday viajó con Sebastián Álvaro al valle de Hushé para grabar un documental sobre el proyecto solidario que nació del sueño que Abdul Little Karim tenía para sus hijas. Fue un viaje que la marcó profundamente, según nos contó ella misma. Tanto es así que, desde entonces, siempre ha tenido en mente a las jóvenes de aquel valle y la vida tan diferente que podrían llevar, si se les echa una mano. De esa convicción nació esta, su penúltima gran aventura, en la que ha capitaneado un velero a través del Atlántico; un compromiso laboral que Bego no dudó en convertir en una nueva posibilidad de ayudar a las chicas de Hushé. Así nos contaba ella misma su aventura:

No hay océano lo suficientemente grande. Ni nada que pueda pararnos.

A veces ocurre que te vas de viaje y cuando vuelves a casa ya no eres la misma. Todo tiene un color distinto, y la realidad que dejaste se mezcla con los recuerdos e impresiones que has recibido y que no puedes olvidar. Así me sentí cuando volví de mi viaje a Pakistan con Sebastián Álvaro. Aquellas semanas fueron para mí algo más que un choque cultural; la amistad, el compañerismo y los buenos ratos que siempre rodean las actividades en la montaña tenían allí un aura aun más especial. De entre los cientos de recuerdos que me traje, sin duda los momentos vividos con las dos SIdiqqas y con Blabla fueron los los más especiales. Y fueron, también, la antesala de este nuevo proyecto que hemos llevado a cabo a través del Atlántico. Y es que me fui de allí con una idea clara : la verdadera revolución comienza con la educación.

Ellas, las madres, mujeres y niñas de las aldeas de Hushe son la verdadera esperanza para el cambio. Son ellas las que pueden hacer que cualquier proyecto sea sostenible en el tiempo. Porque yo, nosotros, la Fundación Sarabastall, no hemos ido allí a salvar ni a liberar a nadie, pero podemos darles herramientas. Ellas quieren estudiar, lo que no solo conlleva una formación superior, sino tantas otras cosas complementarias como salir de la aldea, conocer a otras mujeres en la capital, empaparse de todas las corrientes de cambio y modernidad que pasan por allí, retrasar un posible matrimonio concertado y poder elegir. Para el resto de mujeres del aldea supondrían una punta de lanza, un modelo a seguir, un ejemplo que les demuestre que es posible.

Como para todo, se necesitaba dinero. Así que, como oficial de la marina mercante me decidí a realizar un trabajo duro, pero bien pagado, para luego donar mi sueldo en virtud de sus estudios. Me propuse cruzar el Atlantico a bordo de un velero.

Después de darle algunas vueltas, pues el dinero no alcanzaría para más de una niña, me lancé a otra aventura, también nueva para mi, y desarrollé, junto con la plataforma Goteo, lo que ha sido mi primer proyecto de Crodwfunding, con el objetivo de llegar a otros 3.000 euros. A día de hoy llevamos recaudados más de 6.400 euros extra gracias al apoyo de toda la gente que ha creído en este sueño.

Pero vamos con la aventura. El 20 de noviembre, tras conformar la tripulación, zarpé del puerto de Gran Canaria rumbo al Caribe, en una travesía que debía de durar entre 3 y 4 semanas. Tras los primeros seis días, un desgarro en la vela mayor, junto con algunos problemas técnicos, hicieron que nos viéramos obligados a parar en Cabo verde, en la isla de Sao Vicente. Allí estaríamos durante 5 días, aprovechando para aprovisionarnos de alimentos frescos y tratando de no dejar ningún cabo suelto. Pues nos encontrábamos en la última escala posible antes de lanzarnos a mar abierto durante más de 2.700 millas de navegación.

No había tiempo que perder. Recuerdo ver la isla desaparecer a lo lejos, ese mismo día había hecho una videollamada con las niñas y su padre. Les dije que todo iría muy bien, que estaría segura y que conseguiría llegar sin contratiempos. De repente me sentí diminuta en medio de ese océano tan imponente. Fue una noche dura, las olas alcanzaban los 5 metros y nos perseguían por la popa amenazando con engullirnos. Navegar de noche, especialmente cuando estas al cargo de la guardia, es siempre algo mágico. La oscuridad, junto con los ruidos del océano, del barco, las velas y el viento, crea un escenario donde la imaginación puede jugarte malas pasadas. Es allí donde cada capitán se mide a sus miedos, se ve cara a con el peligro y descubre que es mucho más fuerte de lo que pensaba. Es toda una lección de vida. Y como cada episodio de superación personal, al final, nos hace más capaces, más libres. Eso mismo, justo esa sensación, es la que sueño para mis chicas. Que vuelvan de la universidad sintiéndose libres, con el mundo a sus pies, capitanas de su propia vida.

Los vientos fueron horribles durante casi 10 días. O bien eran demasiado débiles, o bien soplaban en direcciones que no nos permitían apenas avanzar. El mar de fondo no cesaba, y las grandes olas hacían el escenario aún más penoso. Cuando avanzas poco y atravesado a las olas todo es una batidora. Es difícil cocinar, descansar, leer, no hay nada que pueda hacerse sin estar tambaleándote de un lado a otro. Fueron días de desesperación, de trabajar la paciencia y aprender a estar con uno mismo. Pero también días de increíbles amaneceres, de atardeceres derritiendo los colores en el horizonte, de delfines y ballenas. Cantamos en voz alta y hasta lloramos. Incluso contactamos por radio con otros barcos que también estaban realizando el cruce. En esos momentos cualquier pequeño evento tiene una relevancia especial.

Los siguientes días ya no los recuerdo muy bien. Al final te dejas llevar. Asumimos que estaríamos más de un mes, que iríamos lentos, pero que algún día llegaríamos. Y es que te fundes con el mar, con el barco. La luna crece despacio, las horas pasan lentas, las estrellas se mueven y empiezan a ser tan familiares que cuesta creer que, en el día a día, nos pasemos más de dos noches sin observarlas. Hubo pequeños contratiempos, el más grave cuando dejó de funcionar la desaladora, necesaria para transformar agua de mar en agua potable. Pero pudimos con ello, aunque tuvimos que racionar el agua durante algunos días. Era divertido ducharse con cubos de agua de mar, tanto, que aun con desaladora, yo seguía haciéndolo así.

El 21 de diciembre, tras unos últimos cinco días de vientos fabulosos que nos hicieron navegar a una media de 9 nudos, llegamos a la isla de Barbados, al otro lado del charco, en el mar Caribe. Parecía la escena de una película. Aguas cristalinas, palmeras y playas kilométricas. Eché la vista atrás antes de tocar tierra, escudriñando el horizonte, como si pudiera ver todavía el otro lado de la orilla.

<<No hay océano lo suficientemente grande —pensé—. Ni nada que pueda pararnos>>.